ACADEMIA DE Jacinto Polo de Medina (1603 – 1676) El álamo Aquesta ya de Alcides osadía, que profana del sol sagrado asiento, contra sus rayos verde atrevimiento, pasando a descortés su demasía. Ésta, que no al Olimpo desafía, pues besa de su alteza el fundamento, vanidad de esmeralda, que en el viento bate tornasolada argentería. Ésta del prado Babilonia hojosa, terreno do festejan las estrel as en confusión armónica las aves, cadáver estará su pompa hermosa, y amaril as leerán sus hojas bel as muda lección, a nuestras vidas graves.
La azucena Honesta Venus, azucena hermosa, vergüenza de la rosa (pues por ti se le atreve, a avergonzar la púrpura, la nieve) con los riesgos de linda junto al peligro de una fuente naces. Aurora de los prados floreciente, bel ísima fragancia de la fuente, abejuela de plata en su ribera, bebes sus linfas, sus alientos paces. Estrel a de cristal en verde esfera aroma les influyes a las flores, y al dejarse escuchar en resplandores (en ecos de la Aurora), la mañana, nieve de mayo madrugaste cana, con alma de oro castidad vestida, sin que tache una espina tu pureza, rondada del arroyo tu bel eza, y tu alma del hombre pretendida.
Los naranjos Pomos de olor son al prado en el brasero de sol estos naranjos hermosos, que ámbar exhala su flor. Perpetua esmeralda bel a, donde, en numerosa voz, mil parlerías nos canta el bachil er ruiseñor; entre cuyas tiernas hojas las flores que abril formó de estrel as breves de nieve racimos fragantes son. Metamorfóseos del tiempo que, en dulce transformación, hará topacios mañana los que son diamantes hoy, a cuyas libreas verdes dan vistosa guarnición ramil etes de cristal, fragantísimo candor. Rico mineral del val e, adonde franco nos dio oro el enero encogido; plata el mayo ostentador.
El mirto Con vil ana segur, huésped tirano, ya de su obligación mal defendida, segó joven tu vida, que la perdona el fuego y no su mano; y vertiéndola en nácar liquidada el val e la posee transformada en esmeralda, porque infausta historia verde conserve el prado en la memoria; y trueca en mirto Polidoro el nombre, para que enseñe tu desdicha al hombre.
La rosa De un sacro pie de nieve, experiencia de nácar, esta rosa, respuesta de coral al golpe aleve de espina rigorosa, de lanceta sacrílega atrevida que al derramar rubí la vena rota se confesó por flor la menor gota; cuya beldad florida reina es del prado coronada de oro, y por la majestad, por el decoro, la lechuguil a abierta de rubíes, y de sus armas puesto el verdugado hermosa Venus enamora el prado, y sin que cuenten su beldad las horas vive siempre inmortal siglos de Auroras. De noche, flor de luz al cielo bel a; de día, al prado nacarada estrel a.
La maravil a A escarmentar el prado maravil a naciste, flor, y en el a escrita la siniestra infausta estrel a que anochece tu vida con el alba; clamores son la salva que Filomena dulcemente l ora: aun no quieren fiarte hasta la Aurora, pues no l ega con vida a conocerte; sólo saben las flores de tu muerte. ¡Oh malograda vida, en la muerte nacida! ¡Oh vida malograda, no conseguida, no, sólo intentada! ¡Pero qué más dichosa se podía esperar quien nacía hermosa! Que entre tanta hermosura fuera yerro esperar mayor ventura.
Los claveles Del tocado de la Aurora encarnados martinetes, si no son rojo matiz por donde la risa vierte; los que al príncipe del día toga de púrpura ofrecen, y en pabel ones de luz son cortina de oriente; los que en laberinto de hojas, donde los ojos se pierden, para que salga la vista hilos de marfil previenen, sangrienta pluvia de flores, tantos al prado amanecen que anegarse los sentidos en tanta fragancia temen. De las joyas de Amaltea los más preciosos joyeles, tiernos rubíes, que hermosa prisión de esmeralda prende. Del ingenio del abril lucidos conceptos breves, y de la risa del Alba generosos descendientes. Dulces encuentros del aire, entretenidos juguetes, rojo coral que meció el Céfiro en cuna verde. Carmesí tapicería con que el prado se guarnece, y en los estrados de Flora de grana fina tapetes. Lo más florido del val e, el mayor blasón que tiene, galanes de esotras flores, los lindos de los vergeles. De la vista y del olfato adulaciones corteses que, en lisonjas de carmín, a los vientos desvanecen. El crédito son de Flora estos hermosos claveles, que en los solares del prado noble ejecutoria tienen.
Las clavel inas de India Breve tesoro, rica flor indiana, y sol rizado en hojas, oro florido que tu patria niegas, que a tu oriente despojas y en extranjeros val es te avecinas, y a ser desvelo l egas de laureles y rústicas encinas. Por ti en alado pino, por selvas de coral pasó animoso el avariento, el vano, el codicioso, sin que el fatal destino que le asalte, presuma en valles de cristal, montes de espuma.
El narciso Narciso bel o, que en papel bruñido, o en lienzo transparente, del cristal detenido de una fuente copias tu original, que te enamora, sordo al peñasco, que con voz te l ora, y al monte, que con ecos te suspira. Si el que no te merece te retira (pues ninguna nació para igualarte, y nadie espera tan hermosa suerte) no l eguen por tu mérito a alcanzarte, lleguen por tu piedad a merecerte.
La flor del sol Celosa Clicie, bel a enamorada, águila de las flores, que atenta le examinas rayo a rayo al sol los más despiertos resplandores, de tu durable amor continuo ensayo (no a los desdenes de su luz rendida tu vista clara ni tu amante vida). Sol el val e te aclama, que se convierte amor en lo que ama; ya que tu castidad, Clicie, perdiste, no se niegue el buen gusto que tuviste, pues por blasón de tu mayor firmeza sólo al sol se le rinde tu bel eza.
El ícaro Por mares de esplendor navegas luces con blandos remos, Ícaro atrevido, a perderte en el sol vas, mariposa; mas una ola furiosa te despeña, encendido, penacho, destrozado por las nubes, porque al dorado océano te subes; y en veloz precipicio vuelves luego, y con alas de fuego pretendes en el húmedo elemento los vientos de cristal volar sediento; pero dan las espumas blanco sepulcro a tus flamantes plumas.
Venus, y Adonis herido Lustroso honor de Chipre, Aurora, que a una flor tu l anto quiere amanecer segunda vez la vida, de un jabalí robada, que la hiere, y tú se la suspiras en la boca cerrándole la l aga con la toca, porque no se le ausente con la herida; en vano prevenida contra el rigor celoso de la fiera el alma le conmutas con tu aliento, si en filigranas borda la ribera desvanecida con humor sangriento y manchó de coral todas las flores rotulando en las hojas sus amores; de donde en flor la copia, el prado umbroso pira de Adonis, monumento hojoso.
Nacimiento de Venus De la nieve de espuma, de la vida que el cielo inspiró en grana, sobre el regazo de cristal hermosa, contra el común nacer, Venus, naciste. Del nacer el estilo preferiste porque no se presuma que tiene de vulgar alguna cosa la que cuesta un milagro su hermosura, la que debe a los cielos su ventura, la belleza, a quien debe afeites de coral, rosa de nieve.
La Aurora A comenzar el día, pronóstico del sol, naces, Aurora, de su venida bel a embajadora, que a decirla te envía, y en montes la pregonas con reflejos, remendando a pedazos los más lejos; procurando que el prado prevenga al colorín, pensil alado, chirimía de pluma de la selva, las bugetas de olores que duermen yerbas y recuerdan flores; al músico arroyuelo sonoroso, del puro hacer gargantas espumoso, que cantando y volando se dilata, músico de cristal, ave de plata; y, al punto, el sol renuncia el horizonte porque se iguale el l ano con el monte, y extiende, por teñir la negra sombra, alcatifas de luz, bordada alfombra.
A la Dama verde Doña Hortaliza con alma, doña Andante Torongil, cuyo gusto por extraño a todos da que reír. Tú, que vestida de verde desde el moño al escarpín, en eterna primavera determinas de vivir; Santa Hermandad de las cal es, que verdizas tan sutil, que miras por verde antojo porque sea todo así. Tú, que porque el natural ojos te dio de zafir, preguntaste a un tintorero si se podían teñir, escucha dos pesadumbres que te vuelvan de carmín, y entre lo rojo y lo verde templarás tu frenesí. Atiende, porque mi musa, no ya a moco de candil, sino a moco verde, quiero escogerte apodos mil. La mujer más verdadera eres, que en mi vida vi, con estrel a de alcacel te debieron de parir. Y este parecer aprueban, pues, pasando junto a ti, ensartando mis suspiros, te dio un bocado un rocín. Después que reverdeciste ya te l aman por ahí, como a Santiago el Verde, Fílida la Verde, a ti. Muy bien pueden pretender tu cara de serafín, donde hay esperanza franca para cualquiera Amadís. Pero ¿quién te comerá, aun con tanto perejil, si da lo verde dentera al gusto más baladí?
No morirás malograda, pues en esta vida, en fin, te has dado más lindos verdes que el potro de Belianís. Verde estás de pensamientos, si son como tu vestir, quiera Dios que de la saya no pasen al faldel ín. Por lo que viste y hablas juzgo que te puedes ir a ser verdolaga en prado, y verderol a un jardín Qué buena, Fílida, eres para pintada en país, con más yerbas y verduras que una ol a de Madrid. El otro día reñiste, y por afrenta en la lid te trató de verdulera un mozuelo picaril. Plaza en tiempo de Cuaresma te l amó cierto pasquín, y un ingenio de buen aire, lo verde que dio el abril. Mas aunque mueras de vieja nadie te podrá decir ni l amar mujer madura, pues tan verde has de morir.
Romance Es lazada de cristal en el pecho de una peña, con armonía suave, una fuente lisonjera. Del sol primer besamanos, bien l egada primavera, tan amigas, que la risa el a y el alba se prestan. Gracejante de cristal, pues sin murmurar risueña burlándose con las flores dice donaires de perlas; cuyas aguas fabricaron en poca florida tierra a Flora, casa de campo, cigarrales de Amaltea. Escamada de las ondas velozmente se pasea por galerías de flores por baraustes de yerbas Ocasionadas del aire unas con otras pelean las flores, por contemplar en su espejo su bel eza. De lo continuo del prado cansadas buscan la aldea, donde es zagal el narciso y serrana la azucena. Retiradas con la noche se visten, por diferencia, verde galán el clavel, y sayuelo la mosqueta. Mas al recibir del sol la visita, alegres truecan el embozo, y de sus hojas las lechuguil as despliegan. Con tal gala y tal aseo en un monte ¡quién creyera tan de palacio el jardín, tan de la corte la selva!
Silva Rimbombe en trueno, relampague en luces tu nombre y fama en glodios histriados; y en los más remontados, del Meotis acuario a la Palura, archiconflonfo en la región más pura. A tu ingenio servicien Hecatombes, y canten estrambombes bajos Catulo sarcófago falsetes y calce Polipodio tafiletes; rinda su estimación a tu persona, pues tu tal e la abona, la bel a Caligurna, y venga taciturna, que envidia tu saber, la Tarasaña protocolo galán blandir la caña; sacripantes aromas te coturnen y nácares, al sol tintos, te eburnen, l antos del alba en verdes episedios, y no ponga remedios; rindan su valentía a tu hinchada energía diatribes de plata en los Patuecas, pues ya en su nombre truecas, no escatibando Cilibón canoro, metas de plata en retintines de oro.
Epitalamio a las felices bodas de Anfriso y Filis Dedicatoria a Anfriso En sorda lira, con rozada cuerda, ¡oh tú, primero Adonis!, desde los castos brazos de tu esposa (Géminis, o lazada de luceros) lo que sabes, escucha, repetido; será gloria segunda de tu oído, un eco de tu afecto, aun mal formado; si está mal atinado mi devoción no pierda, pues acción es del alma generosa grave epopeya a genio soberano, en cuya heroica mano exceda dulce numerosa pluma a la que da el cristal, pira de espuma, pero aunque no la iguala mi instrumento, pues eres cortesano, escucha atento.
Epitalamio Hijo galán del sol, un joven bel o (garzón de quien el Frigio está envidioso) que el cuerpo alienta de bizarras almas, de libre acción el ademán brioso, crespa guedeja laureó el semblante que artista el natural plegó el cabel o, y luchando inconstante travesura en el aire se tropieza, adora una bel eza dulcemente de amor herido el pecho, de suprema beldad ocasionado, no de vil ana estrel a porfiado, que al mérito cedió noble derecho. Adora Anfriso desde edad temprana la florida mañana de Filis, que en los años juveniles los lustros de su edad fueron abriles, ninfa en Segura bel a, más hermosa que aquel a que en lecho de cristal parió la espuma. No abrasó a Troya más hermoso fuego; milagro es con disfraz, cielo humanado, con aires de mujer deidad mentida, imposible en lo humano su bel eza por más divina menos admirada, y sólo competida de su tal e, su garbo y de su aseo, del supremo poder privilegiada competencias la absuelve y rica de beldad vive segura, que se acabó con el a la hermosura. Oro el cabel o que en prisión de plata trenzados resplandores la coronan, y lo demás, que hermoso se desata de crespos rayos la ignorada suma, margen de rasgos, perfiló la frente, de luces floreciente, y tiene en tantas que a la vista envía entre lazos de sol prendido el día. Dulce peligro con sabroso daño, aviso celestial, divino engaño, mayorazgos de luz en propia esfera, no con luces vulgares, tiene dos singulares
a donde matan vidas satisfechas a rayos ojos y a pestañas flechas. En el purpúreo mar de sus mejil as un aislado jazmín hizo ribera, en provincias de Tiro, diferenciado imperio, hermosa paz en encendida guerra, tempestad de coral, que al hemisferio desprecia, la que en sol pinta de zafiro. Roja iluminación, concha de perlas cuantas su boca encierra, escuela del oriente y de la aurora, do vienen a aprenderlas y estudiadas aquí, las ríe el alba. Para que ensarte Flora y dijes de cristal las ferie al prado, y en hilo delicado con surcos soberanos, pautó el puzol la nieve de sus manos. Nunca más bien mandada al grito ha respondido y a las voces, ¡oh ciudadano espíritu del val e!, ¡oh alma desigual a cuerpo tanto!, ninfa del monte que organiza el seno, ni en sitio más ameno, con pasos más veloces, tierna siguió la flor enamorada su requiebro bril ante, grande estrel a del día y majestad dorada, que por espiras de oro o por briosa senda de diamante, los cimborrios azules rodeando, peregrino del cielo, santuarios de estrel as visitando con piadoso cuanto ardiente celo, obligación de luces les presenta, pues no menos atento parada elevación la bebe el alma Filis a Anfriso bel o, a quien adora, ni menos enamora el joven su bel eza, constante en su firmeza, y así en su amor entrambos confiados, sin que quieran mudarse, los amores se cambian para amarse, siempre de más amor desafiados;
y aunque más fuerza cada cual repite no se vence su amor, mas se compite. Tal vez los ojos, elocuencia muda, y más cortés licencia que los labios, con docta erudición se explican sabios, ecos del corazón, dulce respuesta a donde su pasión se manifiesta, y a donde se averiguan los afectos y se leen al alma los conceptos. Mas porque el labio no le deba menos, ni las dichas envidie de los ojos, ladrones que usurparon los ajenos caudales de la boca, los que hurtaron despojos sin consentir en el o restituyen, y ejerciendo el oficio que la toca, acechándose una a otra fineza, sin acabar aquél a esotra empieza. Recuperando defraudados gustos del tiempo que pasó que no se amaron ¡oh codicia de amar, franca codicia! pródigo el uno al otro ofrece amante glorias de un siglo eterno en cada instante. Más al á del morir su amor alargan, y en firmes lazos justos a inmortal duración capitularon que, breve, su fe advierte aun el vivir prolijo de la muerte. Llega a tanto su amor, que entrambos sienten los excesos de amarse por no perder los triunfos de quererse; ninguno amando vive por sí mismo, que para eternizarse truecan las almas y el vivir desmienten. Un corazón de amor profundo abismo dos sujetos gobierna, y un alma sola a entrambos vivifica, con duración eterna; y dando el uno al otro el señorío quedó sin albedrío el albedrío. De dulces frutos la esperanza rica en más caricia y en mayor halago (si es que puede l egar a ser más grande) su amor enlazan, y en durable empleo
con el nudo se anudan de Himeneo, sin que el rigor de amor un solo amago en su fe pura haga, ni el duro golpe con que el gusto estraga sus pechos turbe ni sus almas mande. Cuánto su aplauso fue, cuánto su gozo y cuánto su alborozo, se resistió a la lengua su tamaño; a cuyo idioma extraño, no interprete la voz, pudo espiarle la dicción menos culta, que escura locución se dificulta. Al dios nupcial, al Himeneo santo, siendo de Roma espanto, lisonja general triunfos previene; y publicando alegre el más solene, jaquelada de estrel as en su coche, sin que faltase el día, entró la noche, y aunque la inmensa luz del cielo es tanta el gusto en todos suspendió faroles, y vanos por ser soles presumía el más breve que el día el ser le debe, y en flamante se vio tapicería con tantas luces contrahecho el día. De instrumentos sonora y dulce turba (con acorde ruido, suspensión lisonjera del oído) canora seña al punto se adelanta al fuego corredor que, en veloz planta, y con tiras derechas, de vasta aljaba se dispara en flechas, y en tropas se derrama por el viento, y antes que muera en brazos de Neptuno, pomo de luces es, pavón de Juno, martinete de fuego, del viento burla y juego, penacho al chapitel más encumbrado, dándole al sol cuidado si engreído se atreve al firmamento, y espirando en el aire su armonía, bella en fragmentos, baja argentería, lágrimas esparcidas de los astros. Del salitre animadas otras exhalaciones dan carreras que son en las esferas
del cabel o del sol hebras cortadas, para ensartar estrel as hilos de oro, errantes paralelos, renglones de la plana de los cielos. Otras en breves giros despidiendo el polvo ardiente con lucidos rastros guardan, serpientes, desigual decoro, caracteres de púrpura escribiendo, de rúbricas el suelo iluminando, y de los golpes los peñascos huecos los rimbombos duplican con los ecos. Ya del lecho que ocupa mal vestida la roja saltaembarca, o capotil o, que al oriente sirvió de colgadura, y del metal precioso y amaril o, y de rayos, labró la flocadura, de tanta fiesta nueva las envidias que prueba o los celos, despiertan a la Aurora, párpados de jazmín desperezando, risueña fabricando cordiales epíctimas a Flora (guardajoyas del prado) de aljófar liquidado en cuya risa le bebió la vida. Despertar quiere el sol, y al madrugarlo comienza a vocearlo con tropeles süaves de la grita sonora de las aves, y obligarlo pretende su deseo a que haga festejos a Himeneo. Apriesa nace y alargando el paso huésped no quiere ser de los planetas, y ya cuando su edad caduca ardores (antes que Fénix muera y en la hoguera se queme del ocaso) despojándose Murcia de sus flores cuánta hermosura encierra su mural a, alegres cortejando a las nunciales conduce al río, dando a sus cristales y a sus olas inquietas, florida ley, que impar puede envidial a de Manzanares la mejor ribera. Ya el río, pues, galán de tantas damas, y Narciso gigante enamorado, muestra el hombro cargado
de dos escuadras por teñidos rumbos que, surcando cristal, plata cultivan; y mareadas vomitaron l amas, de su plaza festivos embarazos, fugitivos topacios doce dorados, si volantes, pinos en cielo de cristal lucientes signos, carrozas que, tiradas de los vientos, mansiones son en ambos elementos a los dioses, que ufanos las ocupaban doce soberanos. Por curso diferente oposición publican frente a frente, y, al compás sonoroso de clarines, marítimo torneo representan, donde todos ostentan de su deseo procurados fines, y las lanzas de vidrio, al encontrarse, astil as de cristal, hieren al cielo. Que Anfriso quiere más, los seis pretenden, y otros del mismo número defienden que a Anfriso, Filis bel a y soberana vence en constante amor y el lauro gana: mas en reñida, si amorosa lucha nadie victoria escucha, porque a su amor sin sombra de recelo dictan todos los orbes celestiales todas las horas al querer iguales. A los dioses suceden de doce ninfas escuadrón bizarro, y, perla de una concha cada una, con airoso ademán el pie siniestro atrás afirman, y adelante el diestro; y adornadas de hermosas tunicelas (traje del sol, adorno de la luna) visten el aire de encarnadas velas; y a naturales nubes del oriente que, corchete, un diamante prendió al hombro y el viento ultraja con galán desgarro. A sus frentes serenas (con flores de oro campo de azucenas) parte florida, eclíptica luciente, y en el lugar está más levantado en copos el cabel o, el sol nevado, y lo que el aire juega por la espalda ya es guarnición del manto, ya guirnalda.
En su cabeza imprimen de plumas atrevidas multitudes, que con el aire varias disciplinan al sol las luminarias, y armado el pecho de armas sonorosas unas el arco del violón esgrimen, y otras, en confusión, bul icios ledos, las tiorbas pel izcan con los dedos, y a las quejas que rinden amorosas, con una y otra vuelta, baila el bel o escuadrón con planta suelta (si de plata calzada) con brioso compás la bien casada. Los bailes cesan, y las ninfas todas con las voces que avivan, repiten ¡vivan!, ¡vivan!, y en coro dulce respondió suave a la primera que, inquiriendo grave la conveniencia de encontradas cuerdas, en fantasías lerdas, con los cristales de su mano heridas a una tiorba da sonoras vidas. Delgada voz arrima al instrumento, que a describir pasajes del instrumento el canto l ano deja, y aunque le corresponde de él se aleja, y trinando la voz suspende el viento. Galanteando métricos fol ajes, blandas caricias al sentido anuncia, y en cada acento, que su voz pronuncia, haciendo admiración que el arte estrena, bel a la ninfa comenzó sirena. «Duren Filis, y Anfriso generoso, duren estos amantes, más que duran del cielo los diamantes, y después la edad suya la ancianidad de Febo sustituya, y den sus largos años, de inmortales, al tiempo desengaños; nunca de sus sucesos admirables, nunca de sus hazañas las proezas con muda admiración las cuente el mármol, el os solos durables vivientes epitafios se aperciban y el curso eterno de los cielos vivan.
CORO. ¡Vivan, vivan! »Vivan los dos iguales de todos el deseo, y edad les sobrará para inmortales, ya, por milagro vivo, para mayor trofeo, en informal sagrario los coloquen; y el grande vividor, el grande archivo olvide por más gloria de su día primero la memoria, de la común cuchil a libre y franco, y en el cuaderno blanco, o cartapacio hermoso de los días, al libro del vivir, crezcan las hojas, y sean de sus años las porfías tan grandes que los ceros no sincopen, ni en torno su volumen las escriban, y el curso eterno de los cielos vivan. CORO. ¡Vivan, Vivan! »Vivan, en paz gloriosa, tantas creciendo sucesiones bel as que presuman sus números de estrel as, procesión generosa de aquel os que en las cifras de su escudo, claros enigmas de sus fuertes manos, historiaron en breve sus hazañas, a cuya imitación sea desnudo su acero defensor de las Españas, y opresos los adustos africanos terror intenso de su acción reciban, y el curso eterno de los cielos vivan. CORO. ¡Vivan, Vivan! »Vivan, y en copia rica cuanto se comunica de la risa del sol hasta su l anto, lo posean, y cuanto tesoro universal la común madre fecunda concibió del común padre, para que en su abundancia,
liberales sus manos, no se quejen y atrás los hechos valerosos dejen los que a fama inmortal triunfar arriban, y el curso eterno de los cielos vivan. CORO. ¡Vivan, vivan!»
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