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WALTER BRUEGGEMANN
LA PALABRA PROFÉTICA DE DIOS EN LA
HISTORIA

Actualmente existen dos concepciones antagónicas de la historia humana. El punto de vista de la modernidad insiste en que la historia es un proceso cerrado que se rige por el principio: "el poder crea derecho". La otra concepción es la del sobrenaturalismo, que considera todo suceso histórico como un acto directo de Dios. Para el autor del presente artículo, la interpretación profética de la historia representa un reto para estas dos concepciones. Dicha interpretación tiene la osadía de identificar acontecimientos humanos extraordinarios -la promesa de Isaac a Abraham y Sara, el éxodo, los pronunciamientos de los grandes profetas de Israel y el ministerio de Jesús como actos de Dios. Tales acontecimientos tienen el poder de hacernos libres para hablar de Dios como el que forja "novedad" también en nuestro tiempo. The Prophetic Word of God and History, Interpretation 48 (1994) 239-251 La afirmación "Dios actúa en la historia" no es compatible con nuestros conceptos ilustrados de razón, objetividad, técnica y control. Si partimos de los supuestos de la modernidad, la historia es sólo el relato del poder, en el que el Dios de la Biblia no tiene cabida. La afirmación de que Dios tiene que ver con el proceso humano requiere un punto de partida muy diferente. Esta afirmación no quiere entrar en la discusión habitual sobre si la historia es un relato de puro poder o de fe ciega en lo sobrenatural. Simplemente rechaza el dilema.
Las dos concepciones antagónicas
Dos concepciones compiten con la comprensión profética de la historia. La primera, en línea con la modernidad, asevera que la historia es esencialmente un proceso cerrado. Lo que importa es utilizar lo mejor posible las piezas disponibles, porque nuevas no las habrá. Los principios que rigen ese proceso histórico son: "el poder crea derecho"; "la historia la escriben los vencedores"; "la historia es el relato del Estado", o sea del poder concentrado en las manos de los que le sirven y se sirven de él. Una concepción así ha de desembocar en la carrera armamentista y acaba en una desesperación que deshumaniza. La segunda, en extraña alianza con la primera, es una vieja concepción religiosa del proceso histórico. Afirma que todo está en las manos de Dios, que el hombre propone pero Dios dispone y que, a la postre, poco importa lo que el hombre decide. Este sobrenaturalismo representa la abdicación de la libertad y la responsabilidad humana. Ante ese Dios que lo decide todo, el hombre se mostrará entre desesperado y temerario. La primera es la que ejerce mayor influjo entre nosotros. La segunda, si se explica sin paliativos, atrae poco. Pero ambas convergen en el veredicto de desesperación. Pues ambas consideran el proceso histórico como esencialmente predeterminado, sin grandes posibilidades de sobrepasar la pura satisfacción de nuestras necesidades. En un caso WALTER BRUEGGEMANN
estamos predestinados a un poder terrible y en el otro a una impotencia igualmente terrible.
Punto de partida diferente
La comprensión profética de la historia posee un punto de partida y un discurso diferente. Se opone tanto a la reducción de la historia al poder como a la tentación del sobrenaturalismo. Parte de la asombrosa afirmación de que, en medio del proceso humano están presentes la intrusión, la sorpresa, la discontinuidad, los dones, el juicio, la novedad y la ambigüedad. Esta comprensión de la historia insiste, pues, en lo que las otras dos concepciones callan: la idea de que el discurso humano es un discurso asombrado, sin justificación ni razonamiento. Es tan audaz que llega a especificar los puntos concretos en los que la realidad de la "alteridad" de Dios se inscribe decisivamente en el proceso humano. No hay manera de comprender el discurso profético sin remontar a sus viejas, profundas y sorprendentes raíces judías. "Profético" es el talante de un judaísmo peligroso en medio del mundo de la certeza imperial que busca la seguridad. Reivindica el hecho de que la historia no comienza en los mecanismos del poder o en orígenes "naturales", sino en milagros que son discernidos, elaborados, celebrados y confesados en una fe llena de asombro. 1. La conversación entre Abraham, Sara y los tres mensajeros de Gn 18, 1-15 nos puede servir de test. Los visitantes anuncian que, pese a su avanzada edad, Sara tendrá un hijo. Incrédula, Sara se ríe. Como reproche a Sara, uno de los visitantes pregunta: "¿Hay algo difícil para Dios?". El hebreo pela' significa "difícil", demasiado arduo o asombroso, imposible. Abraham y Sara reciben un futuro inexplicable mediante ese pela', mediante un suceso emergente que ellos y su mundo calificaban de imposible. La historia no comienza con las iniciativas del ser humano, mediante sus actos de coraje o de lucidez, sino con un giro inexplicable que la fe profética confiesa ser obra de Dios y que está fuera de toda predicción y de todo control humano. Y si la historia humana continúa es porque Dios sigue dejando abiertas las posibilidades históricas, más allá de las expectativas humanas. 2. El relato de Gn 18,1-15 centra nuestra atención en el relato de Ex 1-15, que constituye el principal hecho pela' del mundo. Con este acontecimiento se rompe el extremo birth control practicado por el imperio egipcio, y se forma un nuevo pueblo, del que no existían antecedentes históricos claros. Del inexp licable acontecimiento del éxodo ha dicho Martin Buber que es un milagro marcado por un "asombro sostenido", o sea, que sigue asombrando y manteniendo abierta la historia humana. Este acontecimiento "originario", por el que se genera una nueva comunidad en el mundo, se opone a la reducción de la historia al poder, pues el Faraón, con todo el poder en sus manos, no pudo prevalecer. Y se opone también al sobrenaturalismo, ya que esencialmente se trata de un acto humano por el que Moisés se enfrenta al Faraón y se pone al frente de una "larga marcha" hacia la libertad. La muestra decisiva del poder de Dios se realiza por mediación de los discursos y de las acciones de Moisés. WALTER BRUEGGEMANN
3. La tradición profética de Israel es fruto de ambos acontecimientos: de la promesa a Abraham y Sara, y de la liberación por medio de Moisés. Surgen en Israel series de profetas que conciben horizontes de posibilidad que los poderes de este mundo habían declarado imposibles. Esos profetas, que constatan la terrible imposibilidad de que el pueblo, por su infidelidad, evite el desastre, tienen la audacia de imaginar un comienzo totalmente nuevo, por el que Dios, en el exilio, crea un pueblo según su corazón, como no lo había sido nunca antes. Esos profetas se atreven a hablar de "arrancar y arrasar, destruir y demoler, edificar y plantar" (Jr 1,10). Y, al hablar así, realizan algo nuevo. de nuevas posibilidades que la primitiva Iglesia comprendió a Jesús. En él constató que lo imposible se hacía realidad (véase, por Ej. Lc 7,22-23). La capacidad de sorpresa y novedad era en él tan inaudita que, al no poder resistirle ni anularle, el establisment tuvo que quitarle de en medio. Pero tampoco la muerte pudo con él (Hch 2,24). Es claro que, para la Iglesia, Jesús es la encarnación de la tradición profética del AT. Pero también es claro que la Iglesia va más allá, al confesar que Jesús no sólo habla la palabra de Dios, sino que él mismo es la palabra hablada. La persona de Jesús es la palabra viva de Dios que rompe todas las formas idolátricas de vida y hace posible una nueva comunidad. La comprensión que la Iglesia tiene de Jesús, y que es radicalmente judía, supera las categorías proféticas judías con la expresión "la palabra se hizo carne" o con la afirmación más metafísica "dos naturalezas en una persona". Pero ambas formulaciones no se apartan de la afirmación primaria de que el discurso profético es expresión humana de la palabra divina. Según esto, lo que los cristianos afirmamos es que la vida de Jesús constituye la expresión humana de la auténtica palabra, voluntad y designio de Dios. La tentación que asalta una y otra vez a la tradición cristiana consiste en desplazar esa palabra del proceso público, para meterla en una espiritualidad privada o en una ontología teológica, lejos de la problemática pública. Esas tentaciones interpretan mal a Jesús, la experiencia que la Iglesia tiene de Jesús y la tradición judía que es esencial para comprenderlo. La cristología profética, como la fe profética judía, afirma que la intención de Dios, que siempre se orienta a crear, se vuelve operativa justamente en medio del sufrimiento y se manifiesta primariamente al emerger, llena de esperanza, la novedad pública. No se trata de que la profecía judía se convierta en conclusión cristológica. Lo único que afirmo es que Jesús de Nazaret no puede ser comprendido sino en términos de la profecía judía, que no admite reduccionismos escapistas hacia la privacidad o la ontología y que espera la escandalosa novedad forjada por el poder de Dios.
El Dios de los profetas
Esos profetas de una imposibilidad escandalosa tuvieron el coraje de pronunciar las palabras adecuadas para expresar el carácter de Dios. No habría profetas, tal como los entendemos aquí, sin ese Dios que es el sujeto del discurso, ni habría palabra profética, si de ella no se pudiese decir "Así habla el Señor". Según esto, por grande que sea nuestro interés en la sociología y en la política, el tema que abordamos es de naturaleza WALTER BRUEGGEMANN
teológica y tiene que ver con el carácter de Dios y con el coraje que hay que tener para darle la palabra. Lo que los profetas afirman es que los procesos humanos se forjan mal, si se prescinde de Dios. Sugiero tres maneras de hablar sobre este Dios que deja la historia abierta a toda posibilidad. El carácter de ese Dios que asombra (pela') se describe a la vez como un oráculo, como una crisis y como una posibilidad. A diferencia de los otros dioses, ese Dios es santo, no tolera rivales y es absolutamente inaccesible. En el centro del proceso histórico existe una fuerza y una voluntad que no puede ser domesticada, manipulada o sobornada. A diferencia de los otros dioses, ese Dios ama la justicia (Sal 99,4), no tolera la injusticia, actúa eficazmente en los procesos públicos de la historia, aliado de los desposeídos y crítico con los poderosos, interviniendo con "una opción preferencial por el marginado". A diferencia de los otros dioses, porque es santo y justo, ese Dios es un Dios peligroso, subversivo, que trastorna todo statu quo que ofenda la santidad y se burle de la justicia. La palabra profética en la historia es la expresión de ese Dios, que no se deja intimidar por la modernidad ni impresionar por una religiosidad exagerada y que tiene el atrevimiento de insistir en que ese Dios que realiza maravillas en el proceso histórico está todavía liberando y sanando.
Temática profética
La temática profética es muy amplia. Pero los cinco temas siguientes parecen característicos del discurso profético. 1. La palabra profética se yergue contra los ídolos y, consiguientemente, contra toda ideología que, sirviéndose a sí mismo, se engaña. Idolatría e ideología son hermanas gemelas. Ambas pretenden absolutizar el poder y el conocimiento. Ante tal pretensión absolutizadora, la santidad de Dios arremete contra todo falso absoluto, pues tales absolutos, como nación, raza, partido o sexo, terminan en muerte. 2. Este Dios santo rehúsa absolutizar el presente, cualquier presente, y guía hacia un futuro nuevo, todavía no visible. Este futuro prometedor, que alienta en la voz de los profetas, nos pone en guardia contra el excesivo valor que asignamos al presente. 3. Otra característica del discurso profético es que, además de la justicia de Dios, habla también del sufrimiento humano. Ya en el relato del éxodo, cuando Israel clama, Dios interviene (Ex 2,23-25; 3,714). Es esta manifestación del sufrimiento lo que impulsa a Dios a realizar algo nuevo. Los poderes de la modernidad no quieren darse cuenta del sufrimiento humano. Definen el sufrimiento como el precio que hay que pagar por el bienestar o como algo que nos viene dado en la historia humana. El discurso profético ve con claridad que mucho dolor está causado por la manipulación del poder económico y político, ya que normalmente el fuerte destruye al débil. Tal sufrimiento es producto de la relación social, que puede modificarse. El profeta está en contra de toda WALTER BRUEGGEMANN
organización de las relaciones sociales que aplaste la realidad humana en beneficio de unos pocos, aunque lleve el nombre de "bien común". 4. Otra característica del discurso profético es que adopta una postura crítica con respecto al poder establecido. Este se las arregla siempre para legitimarse, de forma que la historia acepte el juego del poder. El discurso profético rechaza la domesticación del proceso histórico. Insiste en que el mero uso del poder es un error, si no toma en cuenta la realidad humana, y en que el puro poder ni puede triunfar ni es lo decisivo en la historia humana. Si no deja de reconocer realísticamente que el poder tiene una importancia enorme, insiste en que no es el factor definitivo por lo que se refiere al resultado o al significado del proceso humano. No se trata aquí de un sobrenaturalismo obstaculista que le echa un cable a Dios. Más bien es la constatación de que, a la larga, no existe suficiente poder para mantenerse frente a los que se niegan a desaparecer. Pero sí que esa inquietud humana de los que se niegan a desaparecer hunde sus raíces en la voluntad de Dios respecto al mundo. 5. Finalmente, el discurso profético es un acto de incesante esperanza, que se cierra a la desesperación, que se niega a creer que el mundo está cerrado y se rige sólo por unas pautas de explotación y opresión. Se yergue contra un tiempo presente cerrado. Y es audaz para dejar sentada, en cualquier circunstancia, la convicción de que existe un Dios que puede y quiere hacer nuevas todas las cosas, incluso frente a nuestro presente, el más cerrado y satisfecho de sí mismo. Esto es lo que significa el texto sagrado cuando afirma que Dios realiza lo imposible para que "toda la tierra pueda reconocer que hay Dios en Israel" (1 S 17,46).
Credibilidad del discurso profético hoy
Esa fe profética que hunde sus raíces en los textos bíblicos ¿es hoy creíble? ¿es creíble frente a las teorías dominantes del puro poder y las prácticas corrientes de abdicación piadosa? Esta es la cuestión. Y la respuesta no es fácil. Las cuatro reflexiones siguientes nos permitirán aceptar que la tradición profética es hoy viable y creíble. 1. Ante todo, la pregunta no es ésta: "¿Es la palabra de Dios poderosa en el proceso histórico?". Contestar a esta pregunta significaría enzarzarnos en una especulación metafísica. Propongo otra pregunta, en parte más fácil, pero en parte más exigente: "¿Pueden la Sinagoga y la Iglesia - las dos comunidades a las que se ha confiado la tradición profética- realizar la tarea dura, exigente, intelectual y comunicativa, que pretende construir el mundo de acuerdo con esta memoria y este discurso?". La pregunta, pues, no es sobre Dios, sino sobre nuestro coraje e imaginación. No se trata de especulación, sino de praxis. ¿Pueden esas comunidades de fe, y sus líderes, llevar a la práctica una modalidad de realidad extraña, singular, escandalosa, contra los poderosos reduccionismos que nos circundan? Así, la crisis de "palabra e historia" no se debe a que Dios resulte hoy obsoleto, sino a que esas comunidades han comprometido su visión y han domesticado su pasión. Se trata, pues, de recuperar aquel discurso con formas bien concretas. Y esto no se logra con la heroicidad de un pastor o de un rabino. Es toda la comunidad de creyentes la que ha de confiar en el talante de su propio discurso. La inquietud por un discurso profético WALTER BRUEGGEMANN
ha de apremiar hoy tanto a judíos como a cristianos, en un contexto cultural que niega la particularidad y nos pasa a todos por el mismo rasero intelectual. 2. El extraño momento en que se encuentra el mundo no puede considerarse una "prueba" de que Dios rige la historia. "Prueba" es una categoría introducida por la modernidad, que induce a error. Sin embargo, los recientes acontecimientos en el Este de Europa y en Sudáfrica dejan claro que existen posibilidades públicas y que éstas emergen más allá de cualquier opción mantenida por el poder establecido. Y es asombroso que la palabra -en labios de poetas, novelistas y visionarios- haya jugado un papel decisivo en el giro que se ha producido. Y ha podido más la palabra que los tanques o los servicios secretos. También este acontecimiento despierta un "asombro sostenido". No comprendemos cómo esto ha podido suceder. Constatamos que ha sucedido. De todos modos, no se necesita mucha imaginación para ver que un discurso audaz puede causar y causa, de hecho, la caída de un orden público y el establecimiento de otro nuevo. Así, creo que los acontecimientos de nuestro pasado reciente constituyen una evidencia de que nuestra poderosa técnica no es capaz de anular la fuerza de la palabra pronunciada por labios humanos en la matriz del sufrimiento y la esperanza. El antiguo Israel fue el primero que puso en práctica ese extraño poder en el que convergen la decisión divina y la expresión humana. 3. Los que no hemos vivido de cerca esas experiencias recientes estamos tentados a imaginar que, para nosotros, las cosas son distintas. Pese a que la boca se nos llena cuando hablamos de "libertad de expresión", el discurso sincero y serio ha desaparecido entre nosotros. Y la esperanza anda muy escasa. El profundo dolor es ignorado. Y no deja de ser una ironía que en esta sociedad tan satisfecha de la "libertad de expresión" el discurso del "asombro sostenido" aparentemente haya sido borrado del mapa por la técnica. El precio de semejante "progreso" es muy alto, aunque muy poco reconocido: la desaparición de la infraestructura humana, la erosión de las instituciones públicas de justicia, sanidad y educación y la emergencia de una clase social deprimida, cada vez más amplia. Pero el coste definitivo consiste en la ausencia de voluntad política para adecuar los recursos a las necesidades. El resultado de ese estado de cosas es la quiebra de personas, familias, comunidades e instituciones: todo lo que es humano se esfuma. ¿Cómo detener ese proceso destructivo de nuestra sociedad? Esto no se logrará, en primera instancia, con grandes programas, sino recuperando, sin miedo, la santidad para la historia, haciendo que la justicia levante su voz ante el poder, esa justicia que posee los acordes del sufrimiento incluso en un clima de insensibilidad, que habla de esperanza en medio de la desesperación y que rechaza la brutalidad en nombre del Reino de Dios que se avecina. Lo que nos interesa a nosotros no es, pues, un problema intelectual, sino la cuestión de nuestra vocación y nuestro futuro común. Es en los contextos más difíciles en los que ha aflorado siempre la tradición profética. Y éste es nuestro "contexto más difícil". 4. No nos planteamos una cuestión especulativa sobre si el hombre moderno puede creer afirmaciones antiguas. La cuestión se plantea a nivel político: ¿qué poder es poder para la vida? Y a nivel de lenguaje: ¿puede el discurso concreto, en el que vibra el acento de la pasión humana, resonar en medio del ruido ensordecedor de la técnica? Pero, desde un punto de vista intelectual lo que nos importa es la pregunta: ¿cuáles son las premisas de la vida humana que han de prevalecer entre nosotros? WALTER BRUEGGEMANN
El esfuerzo de la técnica por acallar el discurso incómodo de los profetas no es un propósito neutral, sino partidista. Lo que tiene pretensión de objetividad es, de hecho, una reivindicación ideológica, que no merece ser respetada como algo objetivo, sino criticada como una falsa propuesta ideológica para la realidad. Sospecho que, si el discurso profético ha desaparecido, es porque hemos aceptado las pretensiones del silencio impuesto por la tecnología. Se impone denunciar ese silencio, que pretende poner fin al proceso que hace posible la vida humana. Los partidarios de la tradición profética han de llamar las cosas por su nombre y han de proporcionar una alternativa seria y positiva a la opción destructiva. Es claro que el núcleo principal de la Iglesia y de la Sinagoga apenas si sospecha la situación crítica de fe en la que nos encontramos. El resultado de la lucha entre la palabra profética que anima y el silencio tecnológico que censura depende de que seamos capaces de mostrar a los fieles que el don de Dios, que es nuestra humanidad, no puede perdurar, si no resuena en ella ese discurso peligroso de los profetas. Si su voz es acallada, nuestra humanidad será progresivamente anulada. El reto intelectual no consiste en colocar un parche retórico a nuestra orientación tecnológica, sino en cuestionarla a fondo.
Conclusión
Ante el colapso del comunismo, Fukuyama proclamó "el final de la historia". Esto equivale a afirmar que el capitalismo democrático ha establecido una hegemonía ideológica permanente en el mundo, lo cual es simplemente falso. Constituye un intento peligroso de desterrar la realidad de "clase" de la consideración política. Tal "fin de la historia" acaece sólo cuando el discurso profético está perdido. Pero tengo para mí que la palabra profética de Dios estará viva mientras exista una minoría que insista una y otra vez en que el poder no puede, en definitiva, acabar ni con el sufrimiento humano ni con la esperanza humana. Dejando, por otra parte, bien asentado que el discurso profético no tiene nada que ver con el sobrenaturalismo excelso, que invita al obscurantismo teológico, ni consiste en hacer predicciones ni es simplemente "acción social". El discurso profético - la manera como la palabra de Dios afecta a la historia humana- es una conversación concreta en circunstancias concretas, en las que el designio de Dios para la humanidad baja a casos particulares de dolor y curación, de desesperación y esperanza. La Sinagoga y la Iglesia tienen esta tarea, incómoda y exigente, de reivindicar mucho más de lo que podemos barruntar, pero que hunde sus raíces en la memoria del texto sagrado y en el dolor del momento actual. Hay que insistir en que, cuando el poder público intenta anular al discurso profético, se convierte en una falsa realidad que no puede perdurar. Sobre el enigma del poder, nos hacemos eco de la afirmación del libro de los Proverbios, evidente en un mundo en que la historia no ha tocado a su fin: "No valen habilidad ni prudencia ni consejo frente al Señor. Se apareja el caballo para el combate, la victoria la da el Señor" (Pv 21,30-31). Tradujo y condensó: MÀRIUS SALA

Source: http://www.debarim.it/profetas_historia.pdf

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